Conexión global y local de la Agenda 2030
Artículo publicado en la Revista Tiempo de Paz nº 132
Autores: Leire Pajín y Federico Mayor Zaragoza
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“Transformar el mundo” es el título de la crucial resolución aprobada por la Asamblea Gene- ral de las Naciones Unidas en octubre de 2015, que incluye los Objetivos de Desarrollo Sosteni- ble (ODS) propios de la Agenda 2030. Una declaración de intenciones y compromiso político que recomendamos leer. Han transcurrido tres años largos, una cuarta parte del tiempo desde aque- llos momentos que, unidos a los casi simultáneos Acuerdos de París sobre el Cambio Climático, constituyen un destello esclarecedor. Es la esperanza porque hoy está claro que no serán sólo los gobiernos quienes aseguren su puesta en práctica. Es esencial armar alianzas entre diferen- tes actores para diseñar e implementar iniciativas resolutivas, escalables y sostenibles.
Si algo queda claro es que es imperativo y apremiante recuperar a las Naciones Unidas que permitieron al mundo remontar el vuelo desde las cenizas de la Segunda Guerra Mundial; las que aprobaron, el 10 de diciembre de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Hu- manos, que constituye una pauta de hondo calado –cuya imperiosa necesidad se agiganta en estos momentos– para orientar la gobernación del mundo. Corresponde hoy a “Nosotros, los pueblos”, como tan lúcidamente se inicia la Carta, reclamar, a los 70 años de ese gran refe- rente ético a escala planetaria, una reforma del sistema que, con una Asamblea General equi- librada y dotada de los recursos personales, financieros, de defensa y técnicos adecuados, pudiera hacer frente a los desafíos globales con diligencia y eficiencia. Y que también, en bre- ve plazo, permitiera la adopción de una Declaración sobre la Democracia, único contexto en el que puede asegurarse el pleno ejercicio de los derechos humanos y cumplir las responsabili- dades intergeneracionales.
Lo cierto es que disponemos de un borrador bastante elaborado sobre las dimensiones ética, social, política, económica, cultural e internacional de la democracia (https://declaraciondemo- cracia.wordpress.com/). Falta un mayor convencimiento y una voluntad política más clara. “No- sotros, los pueblos”, nunca más espectadores impasibles sino actores implicados, debemos comprometernos a reclamar con grandes clamores presenciales y a través de las tecnologías de la información los cambios que eviten un progresivo deterioro de la habitabilidad de la Tierra. Sólo una democracia genuina a todos los niveles podrá reconducir y esclarecer las inciertas ten- dencias actuales.
Porque la solución es la democracia a escala local y mundial: la voz de los pueblos, de todos los pueblos. Con ellos alcanzaríamos la “solidaridad intelectual y moral de la humanidad” que proclama la Constitución de la UNESCO, uno de los documentos más luminosos del siglo XX, que comienza así: “Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Hay que construir la paz a través de la educación de todos durante toda la vida.
Hoy más que nunca son precisas unas Naciones Unidas fuertes, que cuenten con el apoyo de todos los países y, en primer lugar, de los más poderosos, para “evitar a las generaciones ve- nideras” un legado devastador… Unas Naciones Unidas plenamente facultadas para asegurar la puesta en práctica de los ODS y, asegurando con ello que el desarrollo es integral, endógeno, duradero, humano y que los recursos de toda índole -el conocimiento en primer término- se dis- tribuyen adecuadamente, preservando la diversidad. La diversidad es la mayor riqueza de la hu- manidad con la fuerza que le confiere su unión alrededor de unos valores básicos aceptados por todas las creencias e ideologías.
Hace tan sólo unos años, esta iniciativa habría quedado seguramente en papel mojado, como ha sucedido con tantos otros proyectos aparentemente muy relevantes. Sin embargo ahora son “los pueblos”, integrados por ciudadanos del mundo comprometidos, conscientes de la naturaleza planetaria de los desafíos globales a los que debemos responder. “Mañana puede ser tarde”. La comunidad científica, las generaciones más jóvenes, el sector privado, la academia, la sociedad civil, son los que darán cumplida respuesta a este reto. Ahora, por pri- mera vez en la historia, y gracias en buena medida a la tecnología digital y al conocimiento, ya sabemos con precisión lo que acontece, y lo que acontecerá mañana, si no actuamos hoy. Hoy la sociedad exige un cambio de rumbo, una profunda transformación urgente que garanti- ce un futuro digno.
Todos/todas iguales, todos/todas distintos y distintas, todos/todas capaces de inventar el fu- turo. Dispuestos a ayudar, porque el mundo es ya –como anticipó Einstein– “uno o ninguno”.
La falta de altura a la hora de construir un mundo más justo e incluyente viene de atrás, des- de la década de los ochenta, en la que siguiendo las pautas del neoliberalismo globalizador y bajo el liderazgo de figuras como el Presidente Reagan y la Primera Ministra Thatcher, los paí- ses del norte tomaron las riendas de la gobernanza mundial y se olvidaron de las promesas de ayuda y cooperación internacional… Cambiaron la ayuda por otras medidas que en muchos ca- sos perpetuaban la dependencia y endeudamiento. Cambiaron la cooperación por la dependen- cia económica y comercial.
En el contexto actual, debemos construir puentes de solidaridad para superar los abismos que nos separan, asumiendo la corresponsabilidad y las promesas de justicia social global. Este es, sin duda, el gran papel que deberá desempeñar Europa en los próximos años. Europa debe ser el faro, el bastión de los valores de la democracia, de los principios universales: sociales, medioambientales, culturales y morales.
Cuando hablamos de solidaridad, pensamos con frecuencia más en la asistencia que en la cooperación. La asistencia será más excepcional cuanto más habitual sea la cooperación con los países socios para la consecución de los ODS. Los pilares deben ser la fraternidad y la soli- daridad.
Solidaridad es dar y darse. Es vivir y sentir la alegría de la entrega. Como ha escrito Gibran Kalil Gibran, en “El Profeta”, fuente permanente de inspiración, “sólo dais realmente cuando dais algo de vosotros mismos… Bueno es dar cuando os piden, pero mejor es dar antes… Todo cuan- to tenéis será dado algún día…. Dad pues ahora, para que la estación de las dádivas sea vues- tra y no de vuestros herederos”.
Se trata de ir reduciendo a escala internacional las asimetrías y disparidades, para tejer un nuevo orden social, de tal forma que, todos distintos pero todos unidos, podamos evitar las injus- ticias, tan frecuentes como irreparables, que hoy proliferan en todo el planeta. Sólo así podrán mitigarse y evitarse tantas desventuras y sufrimientos por desamparo. Actores distintos, pero to- dos ellos fuertes, resistentes, acostumbrados a soportar dificultades.
La ciudadanía ya tiene VOZ. Debemos alzarla. No podemos continuar permitiendo, con nuestro silencio, la explotación de los recursos naturales de los países menos avanzados, el éxodo de los mejores talentos y un progresivo abismo entre las condiciones de vida de los prós- peros frente a la pobreza. Grandes masas excluidas (miles de seres humanos mueren cada día de inanición) proclaman la urgente necesidad de corregir los actuales modelos de desarrollo, ya que no es sólo la presente inestabilidad lo que está en juego sino las propias condiciones de vi- da sobre la Tierra para nuestros descendientes.
Poco a poco, las funciones de las Naciones Unidas para la construcción de la paz (peace building), esenciales y propias de su misión, se han sustituido por funciones de mantenimiento de la paz (peace keeping) y de ayuda humanitaria, al tiempo que en el escenario global los “pue- blos” se han ido difuminando… Sin duda, hay que contrarrestar la acción de grandes consorcios públicos y privados que actúan sin “códigos de conducta”. Hoy está claro que no se puede dejar en manos de unos cuantos –y mucho menos sólo en las del “mercado”– la gobernanza del mun- do. Debe hacerse sobre la base de unos principios universales y reconocidos. La Paz y la Justi- cia no dependen sólo de los gobernantes, dependen sobre todo de cada uno de nosotros, que debemos saber construirla en nosotros mismos, en nuestras casas, evitando la violencia en y con nuestro entorno.
Hay que destacar la diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terre- motos, tsunamis,…), para comprobar, con consternación, que el concepto de “seguridad” que si- guen promoviendo los grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente perjudicial para la humanidad en su conjunto. Resulta imperativa la adopción de un nuevo con- cepto de “seguridad”, bajo la vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas. Algu- nos grandes poderes actuales siguen pensando que la fuerza militar es la única expresión y refe- rencia de “seguridad”. Gravísimo error, costosísimo error que se ocupa exclusivamente de los as- pectos bélicos y deja totalmente desasistidos otros múltiples aspectos de la seguridad “humana”, que es, en cualquier caso, lo que realmente interesa y debe ser priorizado.
Cuando observamos los arsenales colmados de cohetes, bombas, aviones y barcos de guerra, submarinos… y volvemos la vista hacia los miles de seres humanos que mueren de hambre cada día, y hacia los que viven en condiciones de extrema pobreza sin acceso a los servicios de salud adecuados… es insoslayable constatar y alertar sobre el deterioro progresivo de las condiciones de habitabilidad de la Tierra, conscientes de que debemos actuar sin dilación porque se está llegando a puntos de no retorno en cuestiones esenciales del legado a nuestros descendientes.
La seguridad alimentaria, acceso al agua potable, servicios de salud, rápida, coordinada y eficaz acción frente a las situaciones de emergencia… es –ésta y no otra– la seguridad que “No- sotros, los pueblos…” anhelamos y merecemos.
Desde siempre vivimos en el contexto de la ley del más fuerte. “Si quieres la paz, prepara la guerra”, proclama un adagio especialmente perverso. Tendremos ahora que pasar de una cultu- ra de enfrentamiento a una cultura de conversación, de una cultura de imposición a una de rela- ciones “fraternales”, como reza el artículo primero de la Declaración Universal de Derechos Hu- manos.
Nos gusta repetir que el pasado ya está escrito. Sólo podemos describirlo, y debemos hacer- lo fidedignamente. Recordar para no repetir los errores sino para aprender de ellos. Sólo pode- mos escribir el por-venir que está por-hacer. El futuro podemos y debemos escribirlo todos y to- das juntos, inspirados en los grandes valores universales, en favor de la dignidad de toda la es- pecie humana.
“Nos-otros”, distintos pero unidos por unos principios universales que guían nuestro destino inexorablemente común. Como en el barco leonardino que, cuando se abate la tormenta y se encrespan las aguas, súbitamente no hay a bordo mujeres y hombres, pobres y ricos, negros y blancos, jóvenes y adultos… sino únicamente pasajeros que deben colaborar afanosamente pa- ra mantener el buque a flote… Hay que presentar nuestras propuestas y conocer las de los otros, para inventar conjuntamente un porvenir con faz humana.
Ya estamos en la “nueva era”. Ya sabemos que, desde hace algunos años, la demografía y la actividad propia de la especie humana afectan la habitabilidad de la Tierra. También es cierto que, por primera vez en la historia, los seres humanos pueden disponer de una información glo- bal y convertirse en ciudadanos del mundo, conscientes de la naturaleza de las amenazas y de la necesidad de una respuesta adecuada y oportuna.
Disponemos ya de suficientes diagnósticos. Lo que se necesita con urgencia son los trata- mientos oportunos, las respuestas colaborativas como ya se indica en los ODS. Debemos difun- dir, como Aurelio Peccei tan sabiamente hace ya muchos años, dos mensajes:
• Los límites del crecimiento, muy diligentes en la implementación de la Agenda 2030 “para transformar el mundo”,
• Mañana puede ser demasiado tarde, ya que todos somos conscientes de los procesos potencialmente irreversibles que enfrentamos.
Como ya hemos mencionado, es urgente un nuevo concepto de seguridad: estar completa- mente preparados para reducir el impacto de terremotos, inundaciones, incendios, tsunamis… y proteger a las personas cuyos territorios están tan bien defendidos. Las cinco prioridades de la ONU: alimentos, agua, servicios de salud, medio ambiente y educación deben proporcio- narse a todos sin exclusión. Sólo así, con una democracia genuina, que asegure la igual digni- dad humana, será posible el sueño de la transición de una cultura de imposición, dominación y guerra a una cultura de encuentro, diálogo, conciliación, alianza y paz. ¡De la fuerza a la palabra!
Ha llegado el momento de “Nosotros, los pueblos…”: la sociedad civil que, plenamente consciente y movilizadora, ya no permanecerá en silencio.